Empezando por el final

Y entonces, sucede: resurges renovada, como un ave fénix.

Te sientes bien.

Dentro de ti solo queda un estruendoso silencio.  

Has dejado atrás cualquier sentimiento. No sientes nada, se han callado los gritos del odio y la ira, el eco de la pena y la rabia.

No hay motivo para culparse. Tenías que arrancar todo ese daño acumulado dentro. Había que expulsar la bilis de la traición y el engaño.

Pero, sin saber cómo, has perdido el control de la situación, ahora el dolor tiene las riendas de todas tus acciones. Se ha adueñado de ti.

Quieres mantenerte indiferente, dejarlo pasar. Pero es una lucha interna muy fuerte entre razón y corazón. No es lo que te importe nada relacionado con esa persona, es tu derecho a defenderte. Encima, ¿después de todo? Solo faltaría. Únicamente quieres gritar «basta ya»

Experimentar la liberación te hace sentir muy bien, pero la huída se torna complicada entre más mentiras, palabras denigrantes e intentos de hacer daño: «te vas, pero haré lo posible para que no puedas estar bien»

Se ha caído la máscara. Ahora ves lo que es en realidad. Y piensas en ti, en cómo has permitido que te traten así, en cómo has dejado que alguien de esa calaña se haya reído así de ti y te haya convertido en una sombra de ti tanto tiempo.

¿Qué está pasando? Te enfadas mucho contigo, te han tomado el pelo de manera exorbitada. A ti.

Despiertas. Se acabó. Emprendes la huída. 

Con la espalda llena de sangre, te asestan la última estocada.

Sigues viendo cosas que no te gustan nada, sigues recibiendo golpes. Intentas salir, pero no puedes.

Cada día eres más infeliz, has dejado de ser tú, pero estás atrapada.

Recibes constantes puñaladas, pero siempre puedes justificarlas. Siempre hay una explicación para todo.

Te conformas con lo más nimio, te aferras a cualquier gesto asintótico a la recta del cariño. En otras circunstancias ese gesto sería lo cotidiano, lo normal, lo esperable, pero ahora es lo más valioso que tienes. Lo que necesitas para continuar.

Eres feliz con algo irreal, pero tú no lo ves. O mejor, no lo quieres ver.

Sabes que no es nada bueno, pero te engañas a ti misma.

Y entonces, sucede: te has enganchado a esa persona.

*Nota: este texto puede leerse en ambas direcciones, según hacia donde se estén encaminando tus pasos: ¿libertad o cautiverio?* (prueba a leerlo desde abajo hacia arriba)

**** Dedicado a ti, «A». Mucho ánimo, campeona. Un abrazo fuerte de heavyweight ****

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